La galería chilena se integra al circuito artístico del barrio San Miguel Chapultepec. “En México hay 200 coleccionistas de arte de los duros; en Santiago, solo una decena. No se puede basar un negocio en ellos”, explica Carolina Musalem, su directora.
Lo que hoy echa raíces en Ciudad de México comenzó hace 12 años con una idea bastante más simple o acotada: revitalizar algunos inmuebles familiares del barrio Franklin a través del arte y su venta. Carolina Musalem, que estudió Historia del Arte en Suiza, no estaba involucrada en el circuito local y no conocía a nadie, pero -“con aciertos y errores”, dice- fue afinando el boceto de su galería, la Factoría Santa Rosa, y completó el rol y la definición de galerista: exhibir obras, acompañar a los autores en su trayecto, construir nexos nacionales y extranjeros, y, por supuesto, vender. Ya representa a casi 20 autores, como Guillermo Núñez, Gonzalo Cienfuegos, Julia Toro y Tania González, asiste a ferias como Zona Maco, Art Miami o ArtBO, y su proyecto -junto a otros- contribuyó a que la zona sur cobrara nueva fuerza como polo cultural.
“Ver al barrio convertido en un circuito artístico me fascina, porque es como descentralizar un poco, dentro de la Región Metropolitana. Nos esforzamos para que la gente le perdiera el miedo a Franklin y viniera… Pero el mundo del arte es de tiempo, nada pasa de un día para el otro”, comenta Musalem. Contenta por lo que se ha avanzado, pero cautelosa: todavía falta movimiento.
Hablar de lo que ha ocurrido con el arte en su barrio -creció allí, en medio de la fábrica textil familiar- la emociona. Más ahora, cuando está afinando los últimos detalles para dividirse entre Santiago y México, donde inaugurará otra Factoría Santa Rosa. Una sucursal que terminará siendo bastante más que eso. Musalem enfocará allí su gestión comercial y mantendrá la sala de Franklin para exposiciones más extensas, como si fuese un centro cultural. Debió sincerar el panorama: aunque en Chile el circuito se mueve, todavía es pequeño. No hay suficientes coleccionistas ni ventas. Eso la llevó a buscar más allá.
Musalem se explica con una imagen nítida: “En un mismo mes, por ejemplo, tuve un solo show en la feria ArtBO y una exposición colectiva en la Factoría Santa Rosa. En Bogotá vendí US$ 90.000; en la galería de Santiago, $300 mil. Realmente no hay comparación. Por eso, aunque en estos años me ha ido bien, quiero conocer la realidad mexicana”, asegura.
Mantendrá funcionando la sede de Santiago por una cuestión estratégica -siempre será mejor considerada una galería con más de una sede-, pero sobre todo por un asunto romántico y de compromiso hacia los artistas.
“Hace tiempo me di cuenta de que mantenía la factoría como algo filantrópico. Aterricé los números. Si no fuera porque hemos recibido fondos concursables a través del Programa de Apoyo a Organizaciones Culturales Colaboradoras (PAOCC) del Ministerio de las Culturas, ya habría cerrado la galería de Franklin. Pero eso habría sido un conflicto romántico”, confiesa. La inversión de México corre 100% por su cuenta, pero ese apoyo del Estado, a través del PAOCC, es crucial para mantener las operaciones del equipo en Santiago.
El año en Franklin comenzará con una exposición de Felipe Lavín y continúa, hacia el segundo semestre, con una muestra que el premio Nacional Guillermo Núñez compartirá con sus hijos.
En Ciudad de México, la Factoría Santa Rosa se instalará en el barrio San Miguel Chapultepec, junto con varias otras galerías reconocidas, como Patricia Conde. Ocupará una planta de 112 m {+2} en el tercer piso del edificio G56. El proyecto se materializó gracias a la invitación del arquitecto Emilio Cabrero, del estudio C Cubica y Design Week México, quien le ofreció a Musalem arrendar el espacio. Allí, hacia el segundo semestre, ella expondrá individuales de Felipe Lavín, Felipe Rivas San Martín, Francisca Rojas y Julia Toro.
La galerista tiene más cifras que explican, en parte, su motivación para salir de Chile: “En la capital mexicana existen 200 coleccionistas de arte de los duros, relevantes. Aquí, en Santiago solo hay una decena. ¡No se puede basar un negocio en diez coleccionistas! Aunque tengan buena voluntad y les guste tu propuesta, no se puede…”.