Crítica de Waldemar Sommer sobre muestra de Francisca Prieto

Compartimos la crítica de arte publicada en El Mercurio sobre la exposición de la artista chilena en el Museo Nacional de Bellas Artes. La muestra está abierta al público de modo gratuito hasta el 4 de agosto.

Hasta ahora una desconocida del arte en Chile, Francisca Prieto (1974) se revela en la Sala Chile del Museo Nacional de Bellas Artes. Brillan ahí una peculiar individualidad gráfica, un rigor constructivo y fuerza lineal junto a la delicadeza de formas y al refinamiento de trabajos, cuyo atractivo resulta bastante constante. Hasta alcanza logros de hermosura incuestionable. Una vez más, el fundamento geométrico vuelve a rendir dividendos perdurables entre nosotros.

A partir de las obras expuestas cabría establecer cuatro grupos dentro del desarrollo continuado de esta provechosa residente en Londres desde hace dos décadas. La agrupación más temprana —del 2002 en adelante y tocada hondo por el constructivismo ruso— despliega variaciones tipográficas planas. Consiste en intervenciones de letras y números esenciales o de escuetas cartas de naipe, donde prima la gracia y un agudo sentido rítmico. Si constituyen amplias láminas de serigrafías impresas u ocasionales incisiones en metal, hay también poliedros con Antipoemas de Parra. Como lo afirma la propia autora, ella impregna de Chile a sus intermediarios materiales británicos.

Vienen después las genuinas construcciones con papeles plegados de acuerdo a una regulada, fina e imaginativa disposición de relieves continuos. Alternan las formas caleidoscópicas de flor abierta y de capullo a punto de reventar. Su procedencia física son hojas de libros ingleses antiguos, viejos catálogos con textos e ilustraciones. Abarcan una temática que va desde herramientas o mariposas hasta personajes decimonónicos y fachadas arquitectónicas londinenses. Negro, blanco y grises suelen añadir monocromías, desplegando un dinámico claroscuro volumétrico. Dentro de este grupo tenemos la muy interesante integración de aleaciones de cobre con metal, definiendo ya delgados filetes en los bordes del papel, ya volúmenes geométricos filamentosos que se reiteran sobre el soporte. El predominio del negro en algunos provoca la asociación inevitable —Polvo eres y en polvo te convertirás— con sentimientos luctuosos. Otros trabajos con el mismo sistema de papeles plegados aluden a tipografías —Símbolos utópicos—, mientras otros cuatro se tornan, acaso, demasiado elementales: Subrayado.

El color, en cambio, se impone protagónico en los dos conjunto siguientes (2016-2017). Corresponden a realizaciones exquisitas, efectuadas enteramente a través de conglomerados de un objeto insólito: boletos usados de trenes del siglo XX. Los hallamos como elementos únicos en las obras de Dimensión intrínseca. Conforman un acercamiento al op por medio de sus propias sombras en el soporte y por los cambios causados por el desplazamiento del observador. Asimismo se transfiguran en variaciones luminosas de acuerdo a las horas del día. El último grupo, Reminiscencia, aborda la arquitectura, unificando los capitales boletos y las ya conocidas estructuras muy delgadas de aleación metálica. Acá el delgado volumen rectangular se hace más evidente y permite identificarlo con fachadas de edificios contemporáneos. De temática obtenida tanto en Londres, como en Cuba y Chile —este, con presencia destacada del cobre—, alcanzan rango monumental. Entre ellos, Amalgama (Bienal de Venecia) luce especialmente bello.