Drina Rendic en Revista YA

La nueva cruzada de Drina Rendic “Las cartas resaltan la emotividad de la mujer”

Rescatar el talento allí donde esté es una de las misiones de vida de esta reconocida gestora cultural. Por eso, a sus 73 años, ella se rehúsa a aceptar que exista una edad de jubilación o a suponer que una mujer encarcelada no pueda ser capaz de crear literatura capaz de conmover. Acaba de organizar un concurso epistolar entre reclusas y ya planea cómo convocar voluntarios de la tercera edad hacia la filantropía.

Por: CLAUDIA GUZMÁN V. Retrato: CARLA DANNEMANN.

Drina Rendic todavía se lamenta de las cartas de su madre de las que se deshizo en una mudanza cuando vivía en Estados Unidos. La ingeniera comercial y gestora cultural había partido en los años 60 a estudiar a la Universidad de Portland y desde allá pudo mantener el contacto no solo con la familia, sino también con el cambiante país del que se distanció, gracias al intercambio epistolar con su mamá:

-Partí a estudiar afuera cuando nadie hacía eso, menos una mujer -recuerda hoy, a los 73 años de edad-. Quise ir porque mis dos hermanos eran del Saint George’s y como la universidad de Portland tenía relación con los curas del colegio, yo decía que si ellos podían ir estudiar afuera, yo también quería ir.

Viviendo allá, Drina se casó con un chileno que estudiaba becado, tuvo al primero de sus tres hijos y comenzó su vida laboral. Todo eso le contaba a su mamá, y de vuelta recibía información que le sorprendía:

-Imagínate que en esos años cambió el país. Todo el gobierno de Frei Montalva, la UP y después Pinochet yo los seguí por los relatos de mi madre que, bueno, era enferma de pinochetista. Así que te podrás imaginar -dice riendo al recordar las misivas que desechó-. Eran unas cartas larguísimas donde contaba las cosas más atroces, como que quitaban las tierras a las familias, que tenía que ir a hacer colas… Bueno, lo que sabemos que pensaban las mujeres pinochetistas no más. Igual era un legado, así que me da rabia no tenerlas más.

Drina, sentada en una luminosa sala de su casa en La Dehesa, construida hace 33 años por Christian de Groote y decorada con una precisión curatorial -ahí conviven esculturas modernas con añosos astrolabios-, es tan sincera y transparente como la luz que entra a raudales por los enormes ventanales del lugar.

-Llegué de vuelta a Chile el año 81, tuve a mi último hijo a los 41 años, y pronto empecé a sentir que había que hacer algo más. Al comienzo tomaba cursos de cocina, de ópera, iba al gimnasio o jugaba tenis. Pero era una vida para mí y mi familia, no me volcaba hacia la sociedad -recuerda-. Hasta que empecé a sentir esa necesidad, porque empecé a ver que había necesidad alrededor mío. En Estados Unidos no se veía el nivel de vulnerabilidad que encontré acá, y eso me hizo querer contribuir desde la cultura, que era un mundo que conocía como espectadora y donde sentía que la ingeniería comercial podría ser un tremendo vehículo para ayudar. Se necesitaba planificación, márketing, evaluación de proyectos, manejar recursos humanos, todo lo que yo había estudiado y que podía ayudar a profesionalizar el sector.

Por años estuvo a la cabeza de organizaciones como los amigos del Teatro Municipal, la Corporación Cultural de Lo Barnechea e integró otras, como el Consejo de la Cultura en los períodos presidenciales de Lagos y Bachelet. Pero su aterrizaje en ese mundo no fue todo lo fácil que ella hubiera querido. Históricamente identificado con los sectores de izquierda, el medio cultural mostraba cierta distancia con esta mujer de buena posición que trabajaba sin cobrar.

-Yo me di cuenta de que había algunos rechazos, como que asistía a seminarios donde saludaba de beso y abrazo a las personas con las que había tenido reuniones el día anterior y ellos me rechazaban. No querían que públicamente vieran que yo era amiga de ellos -revela-. O recuerdo que cuando formamos la Asociación Gremial de Gestores Culturales pasó que en una elección yo fui la más votada, pero la mesa directiva no me eligió presidenta. Yo pregunté por qué, y me dijeron que “porque no era representativa”. Entonces, bueno, yo acepté y fui a todas las reuniones de directorio igual. No renuncié, sino que todo lo contrario, aporté. Y creo que con eso fui bastante respetada. Actitudes de ese tipo creo que te van ganando la simpatía de la gente, la aceptación. Se dan cuenta de que tú no estás motivada ni por fines políticos ni por ganarte ni un puesto ni un sueldo, sino que te motiva la causa.

Drina recuerda que al terminar su período en esa organización escribió una carta de despedida, un pequeño discurso donde se sinceró:

-Les dije: “Quiero despedirme con toda gratitud, porque ustedes me han enseñado una lección de humildad. No siempre el triunfo viene de dónde uno quiere que venga, como la aprobación de los demás, sino que viene de lo que uno es capaz de lograr. Entonces, siento que salgo fortalecida de esta experiencia” -cita, como si hubiera memorizado cada palabra-. Terminé y te juro que unas lloraban, otros me abrazaban. Todos somos grandes amigos hoy.

De esos años también sacó otra lección:

-Aprendí cómo era el mundo de la política. Me di cuenta de que no era nada personal conmigo, sino que ellos creían que estar cerca mío los perjudicaba en el ascenso en sus partidos. Pero afortunadamente eso se ha ido desvirtuando. Si me preguntan, yo digo que mi partido es el PPC, Partido por la Cultura o, más bien, PPT, partido por la Transparencia -dice la también directora de Chile Transparente, y se larga a reír.

Hoy Drina preside el capítulo chileno del Museo de la Mujer en las Artes, organización internacional con base en Washington, dedicada a la visibilización del talento femenino y al que ella invitó a un directorio transversal. Su última iniciativa tuvo que ver con fomentar la aptitud literaria, pero no en cualquier lugar:

-Nos preguntamos cuál sería el lugar más remoto de dónde pudiera salir talento y nos fijamos en la penitenciaría femenina -cuenta.

Así, su organización convocó a un concurso literario a las internas del Centro de Orientación Femenina de San Joaquín, y 147 de ellas respondieron al llamado.

-Quisimos que fuera un concurso epistolar porque las cartas resaltan más la emotividad de las mujeres. Y el resultado nos sorprendió. Porque las cartas no eran nada de plañideras ni de decir que “yo no tuve la culpa”. Eran muchos más profundas que tratar de disculparse o de quejarse de “por qué la vida me trató así”. Mientras más las fuimos leyendo, nos dimos cuenta de que había mucho paño que cortar aquí. Porque no solamente era ayudar a la reinserción y descubrir talentos, sino que también era mostrarle a la sociedad qué es lo que está pasando, por qué están ahí y cómo evitar que caigan.

-¿Qué es lo que está pasando?

-Ah, no sé. No tengo la respuesta, pero no creo que sea la razón (de la delincuencia) que una persona sea pobre y viva en un población donde todos los días se dispara. Hay muchas personas que logran salir de eso; en Chile sí hay meritocracia y sí se puede surgir.

Las cartas ganadoras recibieron premios en dinero donados por empresas y están siendo exhibidas en el metro Quinta Normal. Luego serán ilustradas y editadas en un libro.

Cartas de amor

Drina Rendic dice que ella nunca fue buena para escribir cartas. Ni siquiera lo fue en los momentos más difíciles de su juventud, como cuando a los 25 años de edad, y con un hijo de 4 años, decidió divorciarse del que luego volvería a ser su marido hasta hoy, el empresario petroquímico Humberto Becerra.

De esos años en que trabajaba asalariada en compañías aseguradoras, Drina recuerda escenas lejos del confort que la rodea hoy.

-Si yo era mala para escribir era porque tenía todo el día que trabajar. Llegaba a la casa y tenía que ver al niño y cocinar. Entonces, mucho no escribí.

Pero sí leyó. Dice que entre sus libros favoritos del género epistolar están las cartas de Oskar Kokoschka a Alma Mahler, del siglo XIX. El pintor y poeta de origen austríaco tuvo un affaire con la esposa del compositor (Gustav) y dejó en ese intercambio de cartas el testimonio de la secreta pasión.

-Alma Mahler se las traía -opina Drina-, porque no solo tuvo romances con él sino también con otros grandes intelectuales de su época como Gropius (Walter, fundador de la Bauhaus). Uno dice: esta mujer debe haber sido maravillosa como para haber interesado a estos intelectuales. Uno de verdad se pregunta qué tenía ella para despertar esa pasión…

Entonces Drina se detiene y aporta un dato:

-Ella era compositora también, pero él (Gustav Mahler) no la dejó componer más. Desde que se casaron nunca más la dejó, y eso a ella le causó una gran frustración.

-¿Qué cosas la frustran a usted hoy?

-El talento desperdiciado de la tercera edad. Por mí, que todos jubiláramos por igual, cinco años después -lanza.

-¿A los 70 dice usted?

-Mínimo. Si yo tengo 73, y me siento absolutamente con todas mis facultades y ganas de aportar. Cuando uno deja de aportar se empieza a morir, uno empieza a sentirse inútil. Los hijos te empiezan a ver como obligación. Yo me doy cuenta de cómo muchos dicen: “Ay, tengo que ir a ver a la mamá” o “Ay, tengo que llamar a la mamá”. A mí me pasa que los días se pasan y no llaman a la mamá. Y no me importa nada, porque la mamá anda feliz haciendo otras cosas.

Drina dice que rescatar -y valorizar- el talento al servicio de la filantropía es su nuevo proyecto. En rigor, siente que es el paso siguiente para afianzar el modelo de gestión cultural que se ha venido desarrollando en el país.

-Le acabo de escribir a toda la gente que trabajó voluntariamente conmigo en este último año y medio para que me entreguen la cuenta de cuánto tiempo ocuparon. Quiero que le pongan precio a cada hora y así vemos cuánto es nuestro aporte real. O sea, alguien que trabajó 20 horas mensuales, que cobra 25 mil pesos la hora, colaboró con una cantidad de millones de pesos que yo no tengo cómo pagar.

Asegura que su modelo de filantropía, de entregar talento en forma voluntaria, se tiene que reconocer y no solo en el caso de las personas que están activas, empleadas full time.

-Aquí la tercera edad tiene mucho que aportar. Imagínate un hombre que toda su vida ha sido un gran ejecutivo y se jubila… No puede irse todo el día a jugar golf; se va aburrir, se va a anquilosar. Tenemos que ocupar a la tercera edad que intelectualmente todavía puede aportar. A eso me quiero dedicar.

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